En este último mes del año 2022, tenemos la gran celebración de la Natividad del Señor, el día 25 de Diciembre.
La Navidad no es sólo el recuerdo de un hecho histórico, es tiempo para profundizar, contemplar y asimilar el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.
Durante el Tiempo de Navidad celebramos la redención del hombre gracias a la presencia y entrega de Dios que se hizo hombre y habitó entre nosotros.
Por medio del Adviento nos preparamos para recibir a Cristo, «luz del mundo» (Jn 8, 12).
Así como el sol despeja las tinieblas durante el alba, la presencia de Cristo irrumpe en las tinieblas del pecado, el mundo, el demonio y de la carne para mostrarnos el camino a seguir. Con su luz nos muestra la verdad de nuestra existencia. Cristo mismo es la vida que renueva la naturaleza caída del hombre y de la naturaleza.
La Navidad celebra esa presencia renovadora de Cristo que viene a salvar al mundo.
Durante el Tiempo de Navidad también celebramos, en tres días consecutivos, tres fiestas que nos hacen presente la entrega total al Señor:
26 de Diciembre, San Esteban, mártir que representa a aquellos que murieron por Cristo voluntariamente.
27 de Diciembre, San Juan Evangelista, que representa aquellos que estuvieron dispuestos a morir por Cristo pero no los mataron. San Juan fue el único Apóstol que se arriesgó a estar con La Virgen al pie de la cruz.
28 de Diciembre, Los Santos Inocentes, que representan a aquellos que murieron por Cristo sin saberlo.
El 30 de Diciembre celebramos el día de la Sagrada Familia. Con ella Dios nos brinda el modelo pleno de amor familiar al presentarnos a Jesús, María y José. Desde la intensa comunión de los miembros de la santa familia, se produce una total entrega amorosa por parte de cada uno de ellos, elevando cada acto generoso hacia Dios para darle gloria.
Este mes hemos celebrado, el día 8 de Diciembre, la Inmaculada Concepción.
En el Decreto Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX promulgó el Dogma de la Inmaculada Concepción, afirmando que la Santísima Virgen María «en el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano, fue preservada de toda mancha de pecado original».