Julio nos abre la puerta a una devoción silenciosa, profunda y poderosa: la de la Preciosísima Sangre de Cristo. No es un símbolo ni una metáfora. Es Sangre real, viva, derramada con dolor, amor y propósito. Cada gota brotó del mismo Dios hecho hombre, en la agonía del Huerto, durante la flagelación, con la corona de espinas, los clavos y la lanza. No fue una tragedia vacía. Fue una entrega absoluta. Y lo hizo por ti, por mí, por todos.
La Iglesia dedica este mes a contemplar ese misterio insondable: la Sangre de Cristo como precio de nuestra redención. San Pedro lo recuerda en su primera carta:
“(…) ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo” (1 Pe 1,18-19).
Esta Sangre nos limpia, nos sana, nos defiende. Es medicina para las almas, escudo contra el mal y fuerza para seguir adelante en medio del dolor.
Contemplar la Sangre de Jesús es mirar de frente el amor radical. No uno cómodo, ni decorativo. Es un amor que sufre, que se dona sin reservas, que se vacía hasta la última gota de sangre. Cuando la fe se enfría o el corazón se endurece, la Sangre de Cristo nos recuerda cuánto valemos para Dios. Nos dice que no fuimos salvados por una idea, sino por un sacrificio vivo.
El mundo de hoy, apresurado, distraído y escéptico, necesita volver a arrodillarse ante la Cruz. Necesitamos dejar que esa Sangre toque nuestras heridas, que limpie nuestras culpas, que incendie de nuevo nuestra alma. Porque nadie puede permanecer indiferente ante el amor sangrante de un Dios crucificado. Y si lo hace, es porque tiene un corazón de piedra, en lugar de uno de carne.
Julio es una invitación a rezar con más corazón. A agradecer con más verdad. A vivir con más fe. Que cada comunión que recibamos sea consciente de que estamos recibiendo el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Que cada Rosario, cada visita al Santísimo, cada acto de amor al prójimo, sea una respuesta concreta al amor recibido en la Cruz.
Que no pase julio sin que dejemos que esa Sangre nos transforme. Hay heridas que sólo su Sangre puede sanar. Hay pecados que sólo su Sangre puede lavar. Hay batallas que sólo su Sangre puede ganar. No tengamos miedo de invocarla: “¡Sangre de Cristo, sálvanos!”, es mucho más que una jaculatoria. Es un grito de fe, un verdadero refugio. Pongamos nuestro corazón a palpitar en el amor a la Sangre de Jesús porque quien se deja tocar por la Sangre de Cristo, ya no puede vivir igual.
En este mes de la Preciosísima Sangre, también estamos llamados a presentar ante Dios las realidades que más duelen y escandalizan. Y entre ellas, no podemos ignorar el estado de nuestra vida pública: la corrupción, la mentira y el abuso de poder han herido profundamente a nuestro país. Pero no estamos llamados al mero lamento o al cinismo. Estamos llamados a orar. A interceder. A suplicar que la Sangre de Cristo, que limpia los corazones y transforma las almas, toque también a quienes gobiernan. Porque incluso el más endurecido puede cambiar cuando el amor de Dios lo alcanza.
Recemos por los políticos, pero no con resignación, sino con esperanza. No con rabia, sino con fe. Que la Sangre de Cristo purifique las instituciones, despierte las conciencias dormidas, y suscite líderes que teman a Dios y amen la justicia. Que este julio no pase sin que elevemos una súplica firme, confiada, perseverante: ¡Sangre de Cristo, limpia España! ¡Sangre de Cristo, purifica a nuestros políticos! Solo Él puede hacer nuevas todas las cosas, incluso allí donde todo parece podrido. Y nosotros, como creyentes, tenemos el deber de pedirlo con el corazón encendido.
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Las fechas para agendar este mes de julio en el calendario son:
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- 3 de julio: Santo Tomás Apóstol
- 4 de julio: Santa Isabel de Portugal, madre de Isabel La Católica
- 6 de julio: Santa María Goretti
- 11 de julio: San Benito, patrón de Europa
- 16 de julio: Nuestra Señora del Carmen
- 22 de julio: Santa María Magdalena
- 25 de julio: Santiago Apóstol, patrón de España
- 26 de junio: San Joaquín y Santa Ana, padres de Santa María
- 29 de julio: Santa Marta
- 31 de julio: San Ignacio de Loyola
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