El 4 de junio la Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio central de la Fe cristiana.
El Catecismo de la Iglesia Católica en su párrafo 234 señala:
El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina.
Es la enseñanza más fundamental y esencial en la «jerarquía de las verdades de fe».
«Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo.»
El dogma de la Trinidad se definió en dos etapas, en el primer Concilio de Nicea (325 D.C.) y el primer Concilio de Constantinopla (381 D.C.).
El 8 de junio se celebra la Solemnidad del Corpus Christi, una fiesta en la que la Iglesia Católica rinde un culto público y solemne de adoración, gratitud y amor a la Eucaristía, presencia viva de Cristo. La Eucaristía es el regalo más grande que Dios nos ha hecho, movido por su querer quedarse con nosotros después de la Ascensión.
La Solemnidad del Corpus Christi fue establecida en 1246 por el Obispo Roberto de Thorete a sugerencia de Santa Juliana de Mont Cornillon.
Posteriormente, tras el milagro eucarístico de Bolsena, el Papa Urbano IV expandió esta celebración a toda la Iglesia Universal en 1264 con la bula “Transiturus”, fijándola para el jueves posterior al domingo de la Santísima Trinidad.
¿Está presente Jesús en la Eucaristía?
Desde los primeros días de la Iglesia, los cristianos han creído que Cristo estaba presente en la Eucaristía; San Pablo amonestó a los corintios advirtiéndoles contra la recepción sacrílega del Cuerpo y Sangre del Señor (1 Cor 11).
Es en el Concilio de Trento (siglo XVI) define claramente: «En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad. En realidad Cristo íntegramente».
Su Presencia es real, su ser existe (“es”) y es real, no como algo ficcional o mental, no como un concepto.
Su Presencia es verdadera. La verdad refiere a una afirmación veraz de una realidad. El Santo Sacramento recibe el nombre de Cristo porque es Cristo. No es un mero símbolo.
Por último, Su Presencia es sustancial. Aunque nuestros sentidos capten las apariencias o propiedades del pan y del vino, la sustancia es Cristo, que está plenamente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, bajo las formas de cada uno de los elementos y en cada partícula de los mismos.
El 16 de junio se celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
La Iglesia la celebra el viernes posterior al segundo domingo de pentecostés, y dedica todo el mes de junio al Sagrado Corazón de Jesús, con la finalidad de que los católicos lo veneremos, lo honremos y lo imitemos especialmente en estos 30 días.
La fiesta del Inmaculado Corazón de María es siempre el día posterior a la Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús.
La imagen del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda el núcleo central de nuestra fe: todo lo que Dios nos ama con su Corazón y todo lo que nosotros, por tanto, le debemos amar. Jesús tiene un Corazón que ama sin medida.
El Corazón es el símbolo del amor humano. Esta devoción católica honra al Sagrado Corazón de Nuestro Señor, a través del cual se nos manifestó el amor eterno de Dios por todos. “Dios es Amor” (1 Juan 4: 8), por lo que, al honrar la expresión humana de ese Amor, especialmente en la Cruz, honramos Su Fuente Divina.
La devoción al Corazón de Jesús ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, desde que se meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua. De ese Corazón nació la Iglesia y por ese Corazón se abrieron las puertas del Cielo.
Pero fue el propio Jesús mismo quien inició la dedicación de un día a esta devoción, transmitiéndolo a través de sus apariciones a Santa Margarita de Alacoque.
A ésta también le hizo las 12 promesas para quien practicara la devoción de los nueve primeros viernes. En la última de ellas dijo: “Te prometo en la excesiva misericordia de mi Corazón que mi amor todopoderoso otorgará a todos aquellos que reciban la Sagrada Comunión los primeros viernes por nueve meses consecutivos la gracia de la perseverancia final; no morirán en mi desgracia, ni sin recibir sus sacramentos. Mi Corazón divino será su refugio seguro en este último momento». Padre, Hijo y Espíritu Santo: Núcleo central de nuestra fe.